Apuntes marginales a Fragmentar el futuro de Yuk Hui.
(Continuación de la Primera Parte)
Por Martín Prestía
2. La “traición a la técnica”
En 1931 Oswald Spengler publica una pequeña obra titulada “El hombre y la técnica”. Frente a los voluminosos tomos de La decadencia de Occidente, su obra fundamental e inabarcable —su ambiciosa “morfología de la historia universal”, tan influyente en la auto-interpretación de su época—, el opúsculo sobre la técnica se ofrece, a primera oteada, como una escrupulosa incursión a un aspecto parcial de la existencia humana. Sin embargo, una lectura detenida permite advertir que, pese a su acotada extensión, estamos frente a un libro destacable, no menos ambicioso que su obra señera. En fulgurante síntesis, Spengler busca dar cuenta de esa dimensión que trasciende y, a la vez, engloba toda “particularidad histórica”: si es cierto que no hay “hombre en sí” —mera fantasmagoría de intelectuales, “palabrería de filósofos”— sino únicamente “hombres de una época, de un lugar, de una raza”, sí hay, en cambio, técnica, como un fenómeno “enormemente universal” que acontece en la historia junto al advenimiento del hombre como especie.
En efecto, para Spengler la “técnica” no se reduce a las aplicaciones prácticas de la ciencia físico-matemática moderna. Tampoco al “maquinismo”. En verdad, la técnica es “la táctica de la vida entera”, una expresión de la voluntad de poderío que busca hacer frente al mundo entorno. Por ello es que una indagación en torno a la técnica no puede hacerse a partir de la herramienta o de la “fabricación de cosas” —útiles, utensilios, objetos—, sino a partir de su “manejo”. “No se trata de las armas, sino de la lucha”, sintetiza Spengler, para quien esa lucha es la más alta definición de la vida.
La argumentación spengleriana en torno a la técnica liga al ser humano a la naturaleza, a un tiempo que levanta entre ambos un abismo infranqueable. También los animales tienen lo que podríamos considerar “técnica”. Ella es, frente a la técnica humana —“personal” e “individual”—, una “técnica de la especie”. El animal no inventa ni aprende; no puede perfeccionar su técnica, su modo de enfrentarse al medio. Tampoco puede transferirla o acumularla. El ser humano es el único ente capaz de crear y legar su técnica, su táctica de vida. Esa creación, manifestación de su intransigible libertad, representa, en tal sentido, “la liberación con respecto a la coacción de la especie”.
Cuesta no citar a Spengler. Su pluma es ágil y vibrante; su desarrollo argumental, sugestivo; su estilo, entre la épica y la elegía, vuelca su irracionalismo gnoseológico en el molde palpitante de sugerentes y plásticas imágenes. “El hombre arrebata a la naturaleza el privilegio de la creación”. Comienza con ello “su «historia universal», la historia de una disensión fatal que, incoercible, progresa entre el mundo humano y el Universo; es la historia de un rebelde que, desprendido del claustro materno, alza la mano contra la propia madre”.
Cada técnica es un «modo de ser», un ethos peculiar que alumbra una vez y principia un gran ciclo histórico. La cultura fáustica, occidental, introduce una novedad en la técnica. Únicamente esa cultura propició una transformación de la relación entre ser humano y naturaleza tal que ésta no habría de “seguir siendo saqueada en sus materias” sino, antes bien, habría de “ponerse en tensión, con todas sus fuerzas, sometiéndose al yugo y realizando trabajo de esclava, para multiplicar el poder del hombre”. “Sin duda toda teoría científico-natural es un mito, que el entendimiento bosqueja sobre los poderes de la naturaleza”, afirma resueltamente Spengler, asumiendo altivo su relativismo metodológico y su anti-intelectualismo. Pero únicamente la cultura fáustica es consciente de su condición de artificio; sólo ella puede verse a sí misma a través del espejo de la provisoriedad. “Aquí y sólo aquí la teoría es, desde un principio, hipótesis de trabajo. Una hipótesis de trabajo no necesita ser «justa»; ha de ser tan sólo prácticamente utilizable. No se propone descubrir los enigmas del Universo que nos rodea, sino hacerlos servir a determinados fines”. El tono de Spengler, mayormente celebratorio, trasunta la búsqueda por conciliar los principios espirituales y materiales en el seno de una vía alemana a la Modernidad capitalista.
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El nombre de Spengler resuena hoy como una antigualla. Su filosofía de la historia decadentista resulta inadmisible para la sensibilidad contemporánea, ni qué decir de su eurocentrismo y su perspectiva aristocrática, su reaccionarismo, su apelación a las potencias vitales en clave irracionalista. Sin embargo, la obra de Spengler merece ser leída, siquiera como la lúcida voz de alerta de un orgulloso europeo que vivencia lo que cree es el definitivo desmoronamiento de su ámbito cultural. Pese a las ostensibles incompatibilidades, un aire de familia vincula este texto con el clásico La ciencia como vocación (1917), de Max Weber. Uno y otro —expresiones del Kulturpessimismus de entreguerras— conminan a resistir “virilmente” el destino de la civilización occidental, científico-técnica. Los ácidos comentarios de Spengler contra la rehabilitación del “ocultismo y el espiritismo, las filosofías indias”, el “refugio en continentes más primitivos, en vagabundajes, en el suicidio” pueden ponerse lado a lado con aquella invitación weberiana, no menos cáustica, al retorno silencioso y quedo a “los brazos misericordiosos y ampliamente abiertos de las viejas Iglesias”, en las cuales debía realizarse el “sacrificio del intelecto”.
Una incursión veloz al ensayo spengleriano podría descartarlo como una mera reiteración de lugares comunes del período, que dictaminan llanamente que la técnica moderna se ha vuelto un fin en sí, una suerte de monstruo metálico que, emancipado y vuelto contra su creador, lo ataca con vil inclemencia. Una lectura más cuidadosa permite apreciar otros alcances, más ricos, y que además conducen a sobrepasar el comentario o la mera reposición archivística. Escribe Spengler: “el trágico destino de este tiempo quiere que el pensamiento humano desencadenado no pueda ya aprehender sus propias consecuencias. La técnica se ha convertido en un misterio, como la alta matemática de que hace uso, como la teoría física que, en su pensamiento taladrante, atraviesa las abstracciones del fenómeno y penetra hasta las formas fundamentales puras del conocer humano”. Una vez más estamos cerca de Weber, para quien el proceso histórico-universal de “racionalización intelectual a través de la ciencia y de la técnica” no significa “un mayor conocimiento de las condiciones de vida en las que se vive” —en relación, por ejemplo, con el “salvaje”, que en su trato práctico-teleológico con el mundo conoce mucho mejor que el “civilizado” los útiles y herramientas que manipula, las relaciones en las que está inmerso—; el proceso de racionalización significa, antes bien, “el conocimiento o la fe de que, si se quisiera, se podrían conocer en cualquier momento esas condiciones”, que “no existen poderes ocultos imprevisibles que estén interviniendo sino que, más bien, en principio, todas las cosas se pueden dominar mediante el cálculo”.
Spengler se apresura a anotar las consecuencias de la técnica fáustica, con un certero tono profético que, en este punto, lo vuelve indudablemente vigente: “la mecanización del mundo ha entrado en un estadio de peligrosísima tensión. La imagen de la tierra, con sus plantas, animales y hombres se ha modificado. Dentro de pocos decenios habrán desaparecido las grandes selvas, convertidas en papel de periódicos, y se producirán cambios de clima que amenazan la agricultura de poblaciones enteras. Innumerables especies de animales se extinguen casi por completo, como el búfalo, y razas humanas desaparecen, como los indios norteamericanos y los naturales de Australia”. Tras la apariencia de una simple acumulación de lugares comunes, la visión de Spengler supone una aguda incisión en las raíces metafísicas de la transformación que ha ocurrido en la técnica, en la “táctica de la vida entera”: “todo lo orgánico sucumbe a la organización. Un mundo artificial atraviesa y envenena el mundo natural. La civilización se ha convertido ella misma en una máquina, que todo lo hace o quiere hacerlo maquinísticamente. Hoy se piensa en caballos de vapor. Ya no se ven y contemplan las cascadas sin convertirlas mentalmente en energía eléctrica. No se ve un prado lleno de rebaños pastando sin pensar en el aprovechamiento de su carne. No se tropieza con un bello oficio antiguo de una población todavía alimentada de savia primordial, sin sentir el deseo de substituirlo por una técnica moderna. Con sentido o sin él, el pensamiento técnico quiere realización. El lujo de la máquina es la consecuencia de una constricción mental”. Por eso mismo, Spengler no considera que el “mecanismo”, elevado a principio metafísico, a modo de ser del ente humano “fáustico”, pueda encontrar un obstáculo en la materia, puesta ahora a su dis-posición —empleamos la expresión heideggeriana adrede. La técnica moderna encontrará siempre nuevos cauces para su despliegue: “es locura hablar —como estuvo de moda en el siglo XIX— del agotamiento que amenaza sobrevenir en las minas de carbón dentro de pocos siglos, acarreando graves consecuencias. Era esta tesis una idea materialista. Prescindiendo de que hoy ya el petróleo y la fuerza hidráulica van penetrando en extensiones considerables, como reservas inorgánicas de fuerza, es claro que el pensamiento técnico descubriría muy pronto otras fuerzas distintas. Pero aquí no se trata de semejantes espacios de tiempo. La técnica americana y europeo-occidental acabará antes. Una circunstancia mezquina, como la falta de materia, no podría en modo alguno detener esa evolución poderosa. Mientras el pensamiento, que en ella actúa, permanezca en la altura, sabrá siempre crear los medios necesarios para sus fines”.
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En los pasajes finales de su opúsculo, la línea argumental de Spengler encuentra a la de La crisis del espíritu de Valéry. A aquella difusión de la técnica moderna en los pueblos extra-europeos que amenazaba con acabar con el predominio político de Occidente la llama Spengler una “traición a la técnica”.
Hacia finales del siglo XIX, “la ciega voluntad de poderío empieza a cometer errores decisivos”. Se ofrece el saber técnico al resto de los pueblos del mundo. Con ello, los “insustituibles privilegios de los pueblos blancos han sido dilapidados, gastados y traicionados”. “Allí donde hay carbón, petróleo y fuerzas hidráulicas puede forjarse una nueva arma contra el corazón de la cultura fáustica. Aquí comienza la venganza del mundo explotado contra sus señores”. El zaherido europeo crepuscular no puede dejar de morder una diatriba, a sabiendas inútil: “pero para los hombres de color —los Rusos quedan incluidos en tal concepto— la técnica fáustica no es ya una necesidad interior. Sólo el hombre fáustico piensa, siente y vive en sus formas. Para este es esa técnica espiritualmente necesaria; no sus consecuencias económicas sino sus victorias”.
La prognosis de Spengler es clara. Las armas de la técnica moderna, empuñadas por los pueblos extra-occidentales, terminarán por sepultar a la civilización fáustica. “La historia de esa técnica se aproxima rápidamente a su término inevitable. Está carcomida por dentro, como todas las grandes formas de cualquier cultura”, escribe. Y también: “los adversarios han alcanzado a sus modelos y acaso los superen con la mezcla de las razas de color y con la archimadura inteligencia de civilizaciones antiquísimas”. Con la descomposición del ámbito cultural fáustico encontrarán olvido “los ferrocarriles y los barcos de vapor”, las “ciudades gigantescas y sus rascacielos”, del mismo modo en que lo habían encontrado los grandiosos “palacios de la vieja Memphis y de Babilonia”, “las vías romanas y la muralla de China”.
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Al desplegar su idea de una “traición a la técnica”, Spengler termina por caer preso de una visión instrumental de la misma, que la hace un simple medio. Su propio reparo de no considerar a la técnica desde el punto de vista de las herramientas parece quedar de lado en su apreciación del papel que los “pueblos de color” estaban llamados a cumplir en el agotamiento del ciclo cultural fáustico. Pero “Occidente” no es una categoría geográfica sino, antes bien, un vocablo que designa un modo de ser, un principio cosmovisional que oficia de columna vertebral del gran organismo que es, para Spengler, una cultura, y que atraviesa los ciclos biológicos del nacimiento a la muerte. La técnica fáustica —el propio Spengler lo ha notado con gran sutileza— es tan solo el soporte en el que se plasma la voluntad de esa cultura. La pregunta, entonces, sigue siendo —no por obvia menos relevante—: ¿pueden conciliarse una tradición cultural y espiritual, un cúmulo de costumbres —en definitiva, un ethos— ajenos a Occidente, con la ciencia, el cálculo, la economía contable, el pensamiento “maquinístico”, la voluntad de dominio a partir de la racionalidad analítica —en definitiva, la metafísica occidental? En otras palabras, ¿pueden los pueblos extra-occidentales que adoptan la técnica moderna salir indemnes de ella?
Una primera versión de este trabajo apareció en El Ojo Mocho. Revista de crítica política y cultural, año X, n°9, Primavera-Verano 2021-2022, pp. 135-146. https://elojomocho.files.wordpress.com/2021/11/revista_elojomocho_nro9-1.pdf
Martín Prestía (1990) es Licenciado en Ciencia Política y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Magister en Ciencia Política por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES-UNSAM). Es Docente de la materia “Pensamiento Político Argentino” en la carrera de Ciencia Política de la UBA y becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), con lugar de trabajo en el Instituto “Ezequiel de Olaso” del Centro de Investigaciones Filosóficas (INEO-CIF). Sus áreas de investigación actual son el existencialismo y la filosofía argentina del siglo XX. Es Director de la Editorial Meridión. Ha realizado la edición crítica de los libros de Carlos Astrada Nietzsche, profeta de una edad trágica (Meridión, 2021) y El mito gaucho (Meridión, 2023, en co-autoría con Guillermo David), y ha compilado, también de Carlos Astrada, Escritos escogidos. Artículos, manifiestos, textos polémicos. Tomo I [1916-1943] (Caterva, Meridión, FFyH-UNC, UniRío, 2021) y Epistolario (2 volúmenes, Biblioteca Nacional Mariano Moreno, 2022). |